sábado, 15 de octubre de 2011

El Socio de Dios

El Socio de Dios, Perú, 1986

D.: Federico García

I.: Adolfo Llauradó, Eslinda Núñez, Pablo Fernández, Belisa Salazar

Sinopsis: A inicios del siglo XX llega a la selva del Amazonas Julio César Arana, un vendedor de sombreros. Un místico se le acerca y le dice que él está destinado a grandes cosas, pero a un alto precio. Una década después, Arana es un magnate cauchero, gracias a la demanda mundial del caucho amazónico. Su empresa ha generado bonanza a las ciudades amazónicas, haciéndole popular e influyente.


Arana, que se hace llamar a sí mismo “el Socio de Dios” tiene ambiciones políticas, y nada parece poder detener su ascenso en la política. Sin embargo, pronto se evidenciará el lado oscuro al mundo. Y es que la fortuna de Arana se basa en la cruel explotación de los indígenas amazónicos; tribus enteras son reducidas a la esclavitud, siendo exterminadas con trabajos forzados, castigos y torturas.

Pronto es puesto al descubierto este genocidio, y el mundo le da la espalda a Arana y su industria. Tanto él como sus cómplices y las corruptas autoridades que le secundaron serán señalados por sus atroces crímenes. “El Socio de Dios” experimenta una terrible caída, recordando así la profecía que le hicieron aquel día en que llegó al Amazonas como modesto comerciante. Sin embargo, su siniestro legado no morirá tan fácilmente.

Crítica: Basada en un hecho histórico, El Socio de Dios rememora el genocidio de los indios del Amazonas durante la primera década del siglo XX. Se trata de una coproducciónde Perú con Cuba, dirigida por Federico García.

Los intencionadamente olvidados crímenes cometidos por la empresa cauchera conocida como Casa Arana son aquí puestos en escena, aunque con ciertas libertades artísticas. La vida del empresario peruano Julio César Arana es vista desde un punto de vista casi metafísico.

La primera escena, paseando por la abandonada nave del mal llamado “Socio de Dios”, nos lleva a retroceder en el tiempo a inicios del siglo XX, cuando Julio César Arana llega a comerciar con los colonos del Amazonas. Un místico brujo le vende una culebra y le vaticina un futuro grandioso y terrible.

Pasan unos diez años y vemos ya a Arana como “el Socio de Dios”, quien, asistido por sus leales sicarios, ha establecido un imperio de terror entre los nativos, en especial los Huitoto. Toda esa monstruosa explotación hace de él el principal exportador de caucho a Europa, así como uno de los más ricos empresarios peruanos.

Es interesante ver que esta versión fílmica de tan negro episodio histórico, la figura del “Socio de Dios” no sea manipulada. Arana no parece ningún tirano desalmado, habla patrióticamente, invierte su fortuna en el progreso de las ciudades amazónicas y usa su influencia para tratar de resolver un pleito froterizo con Colombia.

Sin embargo, se alternan escenas donde vemos no a Arana sino a sus feroces lugartenientes, cazar, torturar o ejecutar cruelmente a cientos de inocentes nativos para hacerlos esclavos. De estos sicarios destaca Loayza, quien no es tan despiadado en una escena, donde salva a una mujer nativa y se dispone a “civilizarla”.

Ésta ha sido una de las grandes críticas que se le ha hecho a la cinta. Si bien Arana tuvo (y tiene) tanto admiradores como detractores, la película falla al querer mostrarnos un personaje que no es ni un ángel ni un demonio. Incluso sería preferible una imagen maniquea, pues un Arana “malo” hubiera funcionado mejor.

Sin embargo, es evidente que el personaje es inescrupuloso y con grandes ambiciones: llega a rodearse de gente notable con quienes sueña formar una república amazónica independiente, con él como Presidente (¿donde está su “patriotismo”?) Por otra parte, no le importa agachar la cabeza ante sus clientes extranjeros, ante quienes siempre se muestra servil.

Otro personaje interesante es el noble juez Valcárcel. Junto con otros blancos bien intencionados, desafía todo el poderío de Arana en el Amazonas y denuncia al mundo los atroces crímenes del Putumayo, lo que moverá a entidades de todo el mundo (el Vaticano, la Liga Antiesclavista, etc.) a condenar y aislar al “Socio de Dios”.

Pero Valcárcel y sus pares son al final mostrados como instrumentos en un traicionero doble-juego del Imperio Británico para eliminar la competencia del caucho amazónico a sus propias plantaciones en Malasia. En otras palabras, tontos útiles al servicio de intereses nada altruistas.

Pero lo que más destaca es el final, casi onírico. Tras morir la culebra que el místico le dio al inicio de la película, parecería que una maldición divina cae sobre la próspera ciudad que sería la capital de su soñada utopía. En una conclusión apocalíptica, Arana y sus secuaces reciben terrible escarmiento, para acabar hundiéndose en el infierno verde de la selva.

Pero destaca el epílogo claramente simbólico, donde se demuestra que toda la horrible historia de abuso y explotación vuelve a repetirse idéntica, en el Amazonas contemporáneo. Ya sea por diamantes, petróleo, uranio o cualquier otra materia prima de gran demanda, los encerrados pueblos selváticos sufrirán una y otra vez la cruel servidumbre hacia crueles amos blancos (individuales o corporaciones).

El Socio de Dios es una pequeña obra maestra del cine peruano, injustamente olvidada. Si bien las escenas de abusos hacia los nativos y su consiguiente rebelión no son hoy “políticamente correctas”, nada quita esa noble reivindicación al pueblo amazónico, que éste tanto reclama en el día de hoy.

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